miércoles, 27 de enero de 2010

2010, CONMEMORACIÓN, CELEBRACIÓN O REFUNDACIÓN

Este año tiene cierto sabor particular, (y no es por los ejercicios democráticos locales que anuncian la sucesión gubernamental), el aroma de la tradición, de los héroes de bronce y los villanos perfectos. Es la percepción de la fiesta nacionalista, la pachanga, el jolgorio y el folklor. Para muchos es motivo de orgullo y festejo, para otros de reflexión y análisis mientras que para algunos más es señal de estallido social y de un cambio violento. 2010 enmarca una amplia variedad de sentimientos, pero con la convergencia de un sentido de pertenencia, algo que tanto hace falta ante un panorama económico tan desfavorable.
200 años del inicio de la independencia y 100 del principio de nuestra revolución es un momento complicado, hasta para los historiadores que no acaban de ponerse acuerdo si debemos conmemorar o celebrar. Conmemorar, es decirle a la gente que hay recordar, ser solemnes y rígidos, reflexionar como acordándose de aquel que se nos adelantó en el camino, porque no hay nada que festejar, estamos igual de jodidos, dicen algunos. Otros hablan de celebrar, gritar a los cuatro vientos que no estamos ya bajo el yugo opresor de los gachupines, ni de los malditos terratenientes, vivimos libres y felices, el que es jodido es por que Dios así lo quiso. Al cabo los pobres son buenos y honrados mientras que los ricos son crueles y despiadados.

Con un poco de exageración en ambas posturas, recalco la dificultad que es ponerse a cuerdo en un país como México. Mientras unos acusan un dispendio de recursos en los festejos, otros dicen que para una fecha histórica como esta, se debe gastar lo suficiente, ya que de eso a que se lo transen en los oscurito, mejor los fuegos artificiales.
México es un país así, de contrastes extremos, de lo eternos debates entre posiciones irreductibles. De grandes planes y programas que siempre se anuncian con bombo y platillo, de la esperanza de que un gran acuerdo nos saque del atraso y la pobreza, así tenemos pactos y asambleas, grandes foros, fotos donde se ve la unidad de la gran familia der poder, de los que deciden, y atrás como siempre el rostro de Juan Pueblo con una sonrisa sincera que añora que ésta será la buena, por fin al progreso de una vez.
Y luego de 200 años seguimos pensando que las leyes cambian la realidad social, que por escribir en la Constitución que todos somos iguales, que hay justicia para todos, que tenemos un salario mínimo digno, que somos libres de expresar lo que pensamos, mágicamente todo sucede y se materializa. Qué ahora si es la reforma definitiva, qué con esta se acaba la pobreza, qué es un esfuerzo sin precedentes, que lo peor ya pasó y que ahora si administraremos la riqueza. Todo se da por decreto…
A 100 años no paramos de ver a los campesinos sumidos en la pobreza, escuchando los grandes cambios que les prometen trienal o sexenalmente según corresponda, viendo marchitar su piel y decolorar su cabello sin tener en donde bien morir, sabiendo que sus hijos nunca más vendrán a la tierra que los vio nacer y que sus nietos ni siquiera entienden su idioma.
Y no es culpa de la Independencia ni de la Revolución, ni mucho menos de aquellos que la celebran o la conmemoran, ni de aquellos que anhelan la refundación. Es parte de un proceso de evolución y crecimiento de una sociedad que tiene mucho por madurar, que necesita entender que las palabras y las letras no bastan para cambiar la realidad de un país. Que lo acuerdos y pactos no son nada sin la voluntad de hacerlos cumplir. De nada sirven las buenas intenciones cuando los que faltan son las verdaderas acciones.
Hace falta más fortaleza de instituciones, un crecimiento en la cultura política para que en verdad sepan los que deciden que si las cosas no se dan en los hechos, no es porque ahora hagan faltan mayorías en el Congreso de la Unión, o como antes que se decía que hacía falta pluralidad política, porque al paso que vamos, al rato le echarán la culpa a la democracia y luego a la dictadura y así nos vamos. No tiene la culpa el político sino los otros que no se dejan mangonear.
Estos aniversarios dan para mucho debate y plática, pero al final de cuentas a la gente, al pueblo, le bastará con que sean un desfogue de tanta desesperación, ansiedad y pobreza. Qué la fiesta sea con tequila, chiles en nogada y un mariachi cumple con el grito de independencia y revolución… a final de cuentas México sigue aquí, a pesar de todo.

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